martes, 16 de abril de 2013

Historias cortas: El sí que le cambió la vida



Persuadido por su insistente esposa, Guillermo, solo por complacerla, dijo que sí. Era la enésima vez que su consorte Lourdes le insistía que lo intente de nuevo, que luche por cumplir sus sueños, que deje de lado las excusas y retome la carrera que tanto había soñado ejercer: periodismo. Guillermo ya no pudo soportar el ‘acoso’ de su amada y terminó por aceptar su petición.

Fueron muchas las ocasiones en las que Guillermo tuvo que echar mano de toda clase de justificaciones -algunas con más sentido que otras- para sustentar su negativa de retomar sus estudios. Que la edad -ya frisaba los treinta años-, que no hay tiempo -trabajaba  diez horas al día de lunes a sábado-, que el dinero no iba a alcanzar -acaso el argumento más válido-, y así. Dada la tozudez de Guillermo, cualquier persona podría haberse dado por vencida, menos su esposa.

Y es que nadie más que ella conocía el anhelo del corazón de Guillermo. Nadie más que ella sabía que él soñaba con ser periodista. Y si era destacado en la sección deportiva, mejor todavía. Y no solo porque ya llevaba algunos años viviendo con él, sino porque años atrás ambos habían estudiado periodismo deportivo en un instituto ya desaparecido. 

Fueron en aquellos años convulsos de la Marcha de los Cuatro Suyos en contra del régimen fujimorista, cuando Guillermo y Lourdes se conocieron en esa casa de estudios. Estaba ubicado cerca del Estadio Nacional y la ilusión de ambos era muy grande. Ella era callada y reflexiva; él locuaz y pasional.

Pasó poco tiempo para que la expectativa de aquellos dos jóvenes mutara en un ingente desencanto. Les habían asegurado que el instituto contaba con el apoyo de la Federación de Periodistas Deportivos del Perú, pero todo fue un vil engaño. La verdad es que el instituto no estaba convenientemente equipado: solo contaba con una cámara de video antigua, un televisor de la época de ñangué y diez carpetas en mal estado. Ah, y una consola en estado deplorable.

Si la logística del instituto los decepcionó, peor fue cuando comprobaron la calidad de los docentes. La mayoría de ellos, se notaba a leguas, habían sido improvisados en el puesto. O desconocían la materia o, en el peor de los casos, no tenían el más mínimo interés en enseñar. Es verdad que en muchas ocasiones se demoraban en pagarles su mensualidad -pese a que el instituto exigía el pago puntual a los estudiantes, so amenaza de no evaluarlos-, pero es cierto también que muchos de ellos carecían de la vocación docente.

Como el profesor Gálvez, verbigracia. Aquel hombre sesentón de cabello entrecano tenía por costumbre llegar ebrio a clases por lo menos una vez a la semana. Locuaz -diría que hasta lenguaraz- y desenfadado, en vez de dedicarse a enseñar las reglas de ortografía o las técnicas de redacción se la pasaba contando chistes sosos y sicalípticos.

O como la profesora Bolaños, una jamona con voz de pajarito que en vez de enseñar las técnicas de vocalización en su curso de radio, se la pasaba comentando sus desgracias maritales, si es que no llamaba diez minutos antes de empezar su clase para decir que “una imprevista emergencia le impediría ir al instituto”. Las emergencias, como sospecharán, eran tan frecuentes como la indisciplina en nuestras selecciones de fútbol.

Lo cierto es que todo eso causó una gran desilusión en el alumnado, en especial en Lourdes y Guillermo. Harta de la situación, Lourdes decidió retirarse, pero Guillermo se quedó. No tanto porque tenía esperanza de que las cosas cambiaran, sino porque siempre ha sido una persona que no le ha gustado dejar nada a medias. Ni tampoco regalar su dinero en vano.

A trancas y barrancas, Guillermo consiguió culminar su carrera (estudió 3 años). Pero el golpe mortal que terminó por destruir todos sus sueños sucedió cuando, ya egresado, fue a averiguar todo lo relacionado a su titulación. Allí le dijeron la verdad: el instituto no tenía  autorización del Ministerio de Educación y, por lo tanto, su certificado de estudios no tenía validez. “Pero eso se solucionará muy pronto, joven”, le dijeron sardónicamente.

Furioso, desencantando y sintiéndose estafado, Guillermo no quiso volver a saber nada de los estudios. Se dedicó de lleno a trabajar, pues ya se había comprometido con Lourdes. Al año siguiente, se casó y las responsabilidades lo sumergieron más y más en cuestiones laborales, sin dejar resquicio alguno para volver a pensar en retomar su carrera.

Guillermo no la pasaba tan mal en el ámbito laboral. Se especializó en ventas y fue de menos a más. Empezó vendiendo diccionarios y enciclopedias, luego fue vendedor en una empresa de bocaditos, hasta que ingresó como ejecutivo de ventas en una distribuidora de tarjetas telefónicas donde llegó a ganar más de un concurso y fue considerado uno de los mejores vendedores de la compañía. 

La meta inmediata de Guillermo era ser supervisor, pues ya había decidido hacer línea de carrera en ese rubro. Después de eso, el objetivo era la jefatura de ventas. Hasta que un día Lourdes volvió a tocarle el tema de su carrera trunca. Al principio eso le molestó, pero al no percibir una mala intención de parte de su esposa al recordar ese amargo episodio, le siguió la corriente. Pero cuando ella le propuso que retome sus estudios, él fue enfático en decirle que no. “Ese ya es un capítulo cerrado en mi vida”, sentenció.

Con mucho tino y escogiendo convenientemente los momentos, Lourdes le insistía al respecto. “Amor, entiende por favor, puede irte muy bien en las ventas pero jamás serás feliz hasta que trabajes en lo que realmente te gusta, en lo que te apasiona”, le decía con ternura. Guillermo seguía diciendo que no.

Hasta que un día dijo que sí. Pero le puso una condición a su esposa: “Sabes que no podríamos costear la pensión durante toda la carrera aunque hiciéramos un esfuerzo sobrehumano. Así que si no consigo una beca a partir del segundo ciclo, dejaré de estudiar”. Lourdes aceptó.

Al ver que eso no había menguado la alegría de su esposa, Guillermo remató: “No te hagas ilusiones, tantos años que llevo sin estudiar ya mi cerebro debe haberse oxidado. Por tanto, es mucho más probable que Perú clasifique al mundial a que yo quede entre los primeros puestos”, ironizó.

Tres años después de aquella decisión, Guillermo está a punto de egresar de la carrera de periodismo deportivo en un instituto de prestigio. Como podrán colegir, pudo llegar hasta aquí gracias a las becas por rendimiento académico que consiguió. No ha sido fácil desde luego, pero con esfuerzo y el aliento indesmayable de su esposa está muy cerca de cumplir su objetivo.

Él dice que su tesón ha sido su mayor virtud, ese mismo tesón que tuvo su esposa para seguirle insistiendo cuando él le decía que no, que no volvería a estudiar, hasta que por fin le dijo que sí. Ese sí, después del sí que le dio en el altar -asegura Guillermo- ha sido el más importante de su vida. Es el sí que le devolvió las ganas de luchar, de creer que, pese a todo, nunca es tarde para lograr nuestros sueños. Es el sí que le cambió la vida.

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