martes, 18 de diciembre de 2012

Cavilaciones: Anomia y cortoplacismos: males crónicos del fútbol peruano

lamula.pe
Para muchos la clasificación o no a un mundial es el verdadero -y único- termómetro para determinar si la organización de nuestro fútbol es eficiente o no. Pero, si atendemos seriamente a la definición de ese término, nos daremos cuenta de que aquello no solo es un objetivo equivocado -por lo menos no debería, dadas las condiciones actuales, ser la prioridad- sino que incluso si llegáramos a obtener un cupo mundialista, aquello no ocultaría que la estructura en la que se desarrolla el fútbol nacional es ciertamente deficiente.  

Según la RAE (Real Academia Española), la eficiencia es la capacidad para lograr un fin empleando los mejores medios posibles. La interrogante que se impone es: ¿tenemos a disposición realmente los medios necesarios para lograr ese supremo objetivo? ¿Contamos con una base sólida para pensar que tenemos serias posibilidades de asistir a una justa mundialista? Si no lo tenemos, ¿se ha trabajado -o se está trabajando- para conseguirlo? ¿O, por el contrario, como suele ser el modus operandi de nuestras autoridades deportivas, estamos nuevamente inmersos en procesos cortoplacistas? 

Cavilaciones: Creencias y supersticiones alrededor del fútbol



No hablar con la esposa el mismo día del partido, usar siempre el mismo color de chimpunes, leer las páginas de un libro antes de un lance, utilizar las mismas canilleras, ponerse el mismo saco en todos los cotejos, llevar colgado en el pecho un rosario morado, dar unos cuantos saltitos antes de entrar al terreno de juego, persignarse cuando el árbitro decreta el inicio o final de un encuentro y hasta orinar en el centro del campo en las definiciones por penales, son algunas de las supersticiones que  tanto futbolistas como entrenadores no dudan en poner en práctica con tal de recibir una ‘ayudita extra’ en los retos que enfrentan.

Si bien es cierto que no sólo en el fútbol se dan este tipo de situaciones, siendo este el deporte que concita más interés y uno de los que más se practica (por lo menos en nuestro país) sin duda es el que refleja con mayor nitidez las creencias y supersticiones que sus protagonistas llevan consigo arraigados. A diferencia de los futbolistas de otros continentes, pareciera que es en el territorio americano donde se produce con mayor frecuencia y naturalidad estos sucesos.     

domingo, 9 de diciembre de 2012

Deseos: La primavera y la aurora que tanto anhelamos



Un breve recuento sobre los doce títulos sudamericanos que logró nuestra selección de voleibol femenina de mayores y de cómo el cronista se aferra a la esperanza de experimentar, algún día, el júbilo por una nueva medalla de oro que no conseguimos desde 1993.

Cusco, 1993. Último punto del cuarto set. Al saque va Natalia Málaga, envía el balón hacia el área contraria, recepcionan las brasileñas, arman su ataque y cuando ya daban por seguro que anotarían un nuevo punto, esta vez no fueron unas manos morenas las que se elevaron, sino las blancas y largas manos de Gabriela Pérez del Solar para bloquear ese balón y devolverlo hacia el campo rival y concretar el punto número quince y darnos de esa manera nuestro título sudamericano número doce en la categoría mayores. Sí, Perú le ha ganado 3-1 al temible sexteto de Brasil (16-14, 5-15, 15-1 y 15-10). 

La hinchada que se dio cita al coliseo cusqueño y los millones de hinchas que siguieron ese encuentro desde sus hogares a través de la televisión, no cesaban de festejar la recuperación del trono sudamericano que dos años antes las brasileñas nos habían arrebatado. Ese equipo liderado por la gran ‘Gaby’, Natalia Málaga y la ‘China’ Rosa García, y que fueron bien secundadas por jóvenes promesas que recién asomaban como Janet Vasconzuelo, Miriam Gallardo y Sonia Ayaucán, entre otras, ilusionaron a la nación entera de que por fin nuestro país retomaría el sitial que tenía a nivel internacional en décadas pasadas en las que éramos los amos y señores de Sudamérica. 

Vivencias: Carros vacíos, recuerdos del colegio y una promesa que cumplir



Once en punto de la noche. A esa hora acabó mi última clase del día. Fue un día bastante largo y oneroso, de esos que sientes que duran más de 24 horas. Aunque, para ser sincero, lo que más me agota es el retorno a casa. Es un trayecto extenso y aburrido .Pero esta vez ha sido distinto. Ha sido un viaje inusual, fuera de lo común. Ha sido un viaje, hasta cierto punto, placentero. Hasta cierto punto.

En principio porque la cúster que suelo tomar, siempre atiborrada de gente y que por lo consiguiente me tengo que “soplar” todo el trayecto parado, estaba prácticamente vacía. Extrañado por  la inusitada escena no dudé en subirme al vehículo. Me acomodé en uno de los asientos y cuando me disponía a leer –acostumbro hacerlo cuando las condiciones se dan, como en este caso-  siento que alguien me da una palmadita por detrás mencionando mi apellido en forma de interrogante. “¿Carrión? Hola promoción, soy Gabriel, tu compañero en el Guadalupe”. Aunque me alegró verlo, no pude evitar sentir esa sensación de cierto fastidio que experimento cada vez que alguien –quien fuese- me interrumpe cuando estoy leyendo.

Historias: La inquebrantable fe de Alicia



¿Será la fe, como la definió el escritor ruso León Tolstoi, la verdadera fuerza de la vida? ¿Podrá la confianza depositada en el Ser Supremo ayudarnos a sortear los obstáculos que nos presenta el destino? La vida de Alicia parece darnos las respuestas a esas interrogantes. 

Frágil como el cristal y delgada como un lápiz, Alicia se dispone a comenzar su rutina diaria: atender a su impaciente y muchas veces poco agradecido esposo, cuidar a sus cuatro hiperactivos nietos y librar esa cotidiana batalla mental común en todas las amas de casa: responder a la pregunta ¿qué cocinaré hoy? Pero, antes que nada, prende su pequeña y vetusta radio para sintonizar Radio del Pacífico y así alimentar su alma con la Palabra de Dios. Y lo hace presurosa, diligente, como si fuese a descubrir el significado oculto de una profecía.

Natural de Lima, pero autoproclamada arequipeña, esta mujer de 60 años viste un buzo plomo, una chompa de tela azul, unos zapatos ‘chinitos’ que se rehúsa a abandonar pese a su precario estado y lleva en la cabeza una vincha negra que sujeta su corto y entrecano cabello. Sostiene en sus manos una Biblia de pasta negra de letras gigantes. Se presta a leerla. Alicia es de esas personas que cuando abraza una fe la vive intensamente y se consagra a ella. Católica casi toda su vida, desde hace una década es una devota cristiana evangélica. Cuando habla de Dios, sus ojos brillan, su hablar es acelerado e impregnado de una gran convicción. 

Historias: Sara Joya y su lucha con la nostalgia luego del adiós



Con el recelo con el que una leona cuida a sus cachorros, Sara revisa una por una sus incontables medallas. Una de ellas, la que obtuvo al ser considerada la mejor jugadora de un torneo internacional, brilla como sol al mediodía. Al revisarlas, lo hace con minuciosidad y con algo de angustia, con el deseo de que no falte ninguna. Pero también con nostalgia…mucha nostalgia. Y es comprensible, pues recién ha pasado medio año desde que Sara Joya Lobatón (Lima, 1976) tomó la decisión más difícil de su vida: dejar el voleibol profesional luego de dos décadas de carrera. Por lo que no es complicado percibir que esta morena de 182 centímetros todavía extraña elevarse por sobre la net y hacer lo que mejor sabía: concretar las jugadas de ataque. La mirada melancólica que dirige hacia sus medallas la delata. Sara extraña sobremanera el voleibol.

Fue un verano de 1992 cuando Sara, una introvertida adolescente en ese entonces, recibió la feliz noticia de que el fin de semana debutaría en el primer equipo de Alianza Lima. Carlos Aparicio, su entrenador, fue quien le dio esa oportunidad. Y Sara no lo defraudó. Ese año, el cuadro íntimo, que contaba con figuras de la talla de ‘Gaby’ Pérez del Solar, Natalia Málaga, Denisse Fajardo, Cenaida Uribe, Jessica Tejada, Janet Vasconzuelo, entre otras, logró el bicampeonato.