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Para muchos la clasificación o no a un mundial es el verdadero -y único- termómetro para determinar si la organización de nuestro fútbol es eficiente o no. Pero, si atendemos seriamente a la definición de ese término, nos daremos cuenta de que aquello no solo es un objetivo equivocado -por lo menos no debería, dadas las condiciones actuales, ser la prioridad- sino que incluso si llegáramos a obtener un cupo mundialista, aquello no ocultaría que la estructura en la que se desarrolla el fútbol nacional es ciertamente deficiente.
Según la RAE (Real Academia Española), la eficiencia es la capacidad para lograr un fin empleando los mejores medios posibles. La interrogante que se impone es: ¿tenemos a disposición realmente los medios necesarios para lograr ese supremo objetivo? ¿Contamos con una base sólida para pensar que tenemos serias posibilidades de asistir a una justa mundialista? Si no lo tenemos, ¿se ha trabajado -o se está trabajando- para conseguirlo? ¿O, por el contrario, como suele ser el modus operandi de nuestras autoridades deportivas, estamos nuevamente inmersos en procesos cortoplacistas?