martes, 16 de octubre de 2012

Historias: Cuando la discapacidad no es obstáculo para seguir luchando



Con una mirada vigilante y un carácter a prueba de balas, Magaly Ramírez Ramírez patrulla las transitadas calles del Centro de Lima. No lo hace en carro, moto o bicicleta, su vehículo es su propia silla de ruedas. Conozca un poco más sobre nuestra primera mujer con discapacidad en ser miembro del Serenazgo de Lima. 

Sus ojos son hermosos: claros y redondos, casi perfectos. Su sonrisa, tierna y seductora. Sus brazos, fuertes y bien trabajados. Sus piernas, inútiles. Su corazón, herido. Su fe por un futuro mejor, inquebrantable. Ella es Magaly Ramírez Ramírez, 40 años, natural de Pucallpa, la primera mujer con discapacidad en patrullar las calles del Centro de Lima como miembro del Serenazgo. En la actualidad hay muchas más claro, pero ella fue la pionera. 

Magaly lleva puesto el uniforme oficial del Serenazgo: camisa celeste, pantalón azul, zapatos negros (en su caso, pues lo normal son botas), gorro azul. Tiene el cabello recogido sujetado por un carmín ya desteñido. Vistas desde atrás, las dos ruedas de su silla forman una V invertida. Sus muletas descansan a los costados, donde también guarda unas cuantas revistas que de tanto en tanto otea. Hoy está patrullando el cruce del  jirón Quilca con el jirón Unión. Es mediodía y el sol sigue golpeando a pesar de ser otoño. Es lunes y el ambiente está calmado, salvo un ambulante que a media cuadra improvisa una perorata despotricando contra Ollanta, el alcalde de Chosica, Chile, EE.UU…. Magaly ni se inmuta. Más bien, se va a refugiar bajo el toldo verde y empolvado de un restaurante que ya no funciona.

Alucinaciones: Si Messi fuera peruano



En un país tan religioso como el nuestro, Lionel sería un verdadero Messi…as. En un país como el nuestro tan dado a beatificar a personajes tan misteriosos como Sarita Colonia o tan peculiares como ‘Chacalón’, sin lugar a dudas el astro argentino tendría asegurado un altar.

Tener a este ídolo  aquí -entre nosotros- poder palparlo, honrarlo, venerarlo y postrarse ante él provocaría una serie de acontecimientos tan extraordinarios que hasta el mismísimo Jorge Basadre desearía salir de su tumba para poder registrarlos.

Me imagino a Humala animándose a rezar como los fariseos en tiempos de Cristo: en público y a viva voz, dejando por fin la mutis en la que está inmerso. Me imagino a Nadine tuiteando pedazos de plegarias para que sus más de 80 mil seguidores la secunden en casa.

Historias: Carlos, el devoto del Señor del Triunfo que sólo sabe de derrotas



Abandonado hace veinte años por el amor de su vida, traicionado por quienes creía eran sus mejores amigos, enfermo de migraña y con escasos –escasísimos- recursos económicos, Carlos Rojas sigue ofreciendo, como cada Semana Santa, su mejor ofrenda al Señor del Triunfo: su burro blanco. 

Carlos Rojas es un ferviente devoto del Señor del Triunfo, pero su vida lo delata como un perfecto perdedor. En la soledad de su cuarto alquilado, sentado en un desvencijado mueble que apenas es sostenido por dos pares de ladrillos descoloridos, este hombre de carácter apacible y hablar pausado, toma el último sorbo de su quinua con leche para luego acompañar, como tantas veces, en este Domingo de Ramos, a la venerada imagen del patrono de Lurín. Pero no irá solo. Como es costumbre, Carmelo lo acompañará.  

Lurín, conocido como el último “Valle Verde de Lima”, es un distrito con 155 años de antigüedad. Situado al sur de Lima, entre el kilómetro 26 y 42 de la gigantesca carretera Panamericana Sur, es famoso por los deliciosos y grasientos chicharrones que venden en ese lugar. Contrariamente a lo que suele ocurrir normalmente, este domingo la Alameda de los Chicharrones, que se supone debería estar atestada de gente deseosa de subir sus índices de colesterol y triglicéridos, está vacía. ¿La razón? Es Domingo de Ramos, inicio de Semana Santa, y toca ponerse a cuentas con el Creador. “Toda la gente del pueblo está en la iglesia, jefecito”, me dice un hombre gordo de aliento insecticida. 

Pues allá vamos.

Escenas cortas: Esteban, un lector incomprendido y escurridizo



A Esteban le han dicho de todo: aburrido, monótono, antisocial, huraño y en cierta ocasión una de sus primas, en un alarde de cultura, le dijo misántropo. Lo cierto es que él se hace el desentendido y, a pesar de los problemas que a veces eso le acarrea, continúa su vida como siempre la vivió: pasándose gran parte del día leyendo todo cuanto cae en sus manos. Todo.

El primer libro que leyó Esteban y que fue el inicio de su idilio con la literatura fue Love Story (Historia de Amor) del escritor estadounidense Erich Segal. A partir de allí, casi de manera convulsiva, ha leído muchas otras novelas, pero, curiosamente, mientras más lee, se da cuenta de que cada vez conoce menos. Su caso es, ciertamente, socrático, si se permite la expresión. 

No hay sitio ni momentos que él  no aproveche para leer. En la cama al acostarse, en los micros donde se traslada, en los minutos que le sobran de su hora de refrigerio, en el retrete… Pero su lugar preferido es la escalera que da al tercer piso de su vivienda. Aquella escalera hecha de madera tiene el aspecto de haber sido por mucho tiempo el banquete preferido de una banda de polillas bribonas. Está cayéndose a pedazos, es peligroso transitar por ella, pero Esteban siente un placer insondable al leer allí. ¿Será por que ese es el único lugar donde su esposa no lo interrumpirá, pues tiene miedo de subir por esa tembleque escalera? Es posible. 

Escenas cortas: La pasión de uno; la paciencia de otra



-¿A qué hora acaba eso? ¿Es que acaso no vamos a ir a visitar a mi mami como me lo prometiste?

-¿Te dije eso? Qué te parece si vamos la otra semana. En serio, esta vez no te fallaré.

Con una barba de tres días, patillas anchas, polo negro que tiene un bordado enorme del  escudo del equipo inglés Manchester United, short azul y pantuflas del mismo color, Eduardo ha hecho de su pequeña sala, su propia tribuna. Allí, rodeado de una refrigeradora, de una gastada cocina que ya está pidiendo una urgente renovación, de dos alcancías absolutamente vacías y que las conserva como una acto de fe de que algún día vuelvan a llenarse, ‘Lalo’, como cariñosamente lo llama así su esposa, grita, reniega, brinca, alza los puños en señal de victoria, aplaude….

Mientras tanto, Lourdes, su esposa, teje una chalina de lana emulando a la paciente Penélope cuando esperaba el feliz retorno de su amado Odiseo.  

Crónica: El día que estuve en la piel de Roberto Baggio

pasionalbiceleste.com.ar 
Un tragicómico relato de un exguadalupano que, en su época de estudiante, tuvo la oportunidad de convertirse en héroe y terminó como el villano de la película al fallar el penal que pudo darle el título a su equipo. 

No estaba en juego el título de una Copa del Mundo. Era, humildemente, la final de un torneo de fulbito intersalones. Al frente no tenía a Taffarel, sino a un enjuto y cadavérico portero sin guantes y con las piernas arqueadas como bananas. Los barristas que me pifiaban para desconcentrarme no eran miembros de la ‘Torcida’ brasileña, solo un puñado de malolientes alumnos de la sección Q. Y, en la vereda del frente, no me trasmitían vibras positivas integrantes de los fieles ‘Tifosi’ italianos, sino ilusos quinceañeros del aula C.

Era una tarde fría de ese agosto de 1996, con el característico cielo limeño color panza de burro, cuando quien escribe estas líneas tenía en sus manos -o en su pie izquierdo, para ser más preciso- la inmejorable ocasión para conquistar, por primera vez en la historia de su salón, el título del extinto Torneo Guadalupano. Nos había costado -permítanme birlarle la frase a mi queridísimo Winston Churchill- sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor llegar a esa instancia decisiva.