martes, 18 de diciembre de 2012

Cavilaciones: Anomia y cortoplacismos: males crónicos del fútbol peruano

lamula.pe
Para muchos la clasificación o no a un mundial es el verdadero -y único- termómetro para determinar si la organización de nuestro fútbol es eficiente o no. Pero, si atendemos seriamente a la definición de ese término, nos daremos cuenta de que aquello no solo es un objetivo equivocado -por lo menos no debería, dadas las condiciones actuales, ser la prioridad- sino que incluso si llegáramos a obtener un cupo mundialista, aquello no ocultaría que la estructura en la que se desarrolla el fútbol nacional es ciertamente deficiente.  

Según la RAE (Real Academia Española), la eficiencia es la capacidad para lograr un fin empleando los mejores medios posibles. La interrogante que se impone es: ¿tenemos a disposición realmente los medios necesarios para lograr ese supremo objetivo? ¿Contamos con una base sólida para pensar que tenemos serias posibilidades de asistir a una justa mundialista? Si no lo tenemos, ¿se ha trabajado -o se está trabajando- para conseguirlo? ¿O, por el contrario, como suele ser el modus operandi de nuestras autoridades deportivas, estamos nuevamente inmersos en procesos cortoplacistas? 

Es evidente, a raíz de lo que vemos en la actualidad -en realidad, para ser justos, desde hace más de dos décadas- que el fútbol peruano carece de una estructura que nos permita responder afirmativamente las interrogantes arriba planteadas. Clubes quebrados, un campeonato de Primera División de paupérrimo nivel, una inexistente Segunda División (¡y ni qué decir de la Copa Perú!), instituciones que no cuentan con canchas propias y un defectuoso trabajo en las categorías inferiores, parecen ser la marca distintiva de nuestro fútbol.  

Por otro lado, ¿cuáles son los fines que deben perseguir quienes están al mando de la organización del fútbol peruano? Desde mi punto de vista, pienso que una de las cosas más importantes es conseguir que el campeonato nacional adquiera un nivel decente, no solo en lo deportivo, sino también en el aspecto organizativo. Pero ello, ya es sabido, está muy lejos de ser realidad. 

Nuestro campeonato doméstico es, por decirlo de alguna manera, una sala de experimentos constantes. Liguillas pares e impares, liguillas por sorteo, y tantos bodrios más avalan esa percepción. Pero, lo peor de todo, es que da la impresión de que a las reglas que rigen nuestro fútbol les sucede lo mismo que a las señales de tránsito a partir de la medianoche: nadie las respeta. Para colmo, lo que es más triste todavía, es que quienes provocan esa anomia son las mismas autoridades que deberían velar por su cumplimiento. 

Un ejemplo claro de lo anterior es lo que sucedió con el descendido Cobresol. Por un lado, la Asociación Deportiva de Fútbol Profesional (ADFP) determinó el descenso del club moqueguano por no cumplir con lo establecido en el reglamento, pero al poco tiempo la Federación Peruana de Fútbol (FPF) la desautorizó y tomó la decisión de hacerlo regresar en una clara demostración de que las leyes solo están de adorno.    

Decisiones como esas nunca lograrán que el fútbol peruano salga del caos y el desprestigio en el que se encuentra. Menos aún podrá conseguir que se convierta en un torneo atractivo y competitivo que despierte el interés de los empresarios para que inviertan en él y los clubes puedan así tener los recursos necesarios para formar plantillas decentes y empiecen, ahora sí, a trabajar en serio con sus divisiones inferiores, cuyos frutos recogerá las futuras selecciones que aspiren, ahora sí con base, a clasificar a una justa mundialista. 

Nada de eso sucede -ni probablemente sucederá- si no se cambia radicalmente el sistema que rige el fútbol peruano. Un sistema sin ideas frescas, con concepciones caducas, nada bueno producirá. Ya llevamos 30 años estrellándonos con la misma realidad de siempre, pero el sistema sigue siendo el mismo. La organización deficiente sigue imperando en el fútbol peruano. ¿Hasta cuándo? Esperemos que su fin ya esté cercano. Tres décadas es demasiado. 

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