domingo, 9 de diciembre de 2012

Vivencias: Carros vacíos, recuerdos del colegio y una promesa que cumplir



Once en punto de la noche. A esa hora acabó mi última clase del día. Fue un día bastante largo y oneroso, de esos que sientes que duran más de 24 horas. Aunque, para ser sincero, lo que más me agota es el retorno a casa. Es un trayecto extenso y aburrido .Pero esta vez ha sido distinto. Ha sido un viaje inusual, fuera de lo común. Ha sido un viaje, hasta cierto punto, placentero. Hasta cierto punto.

En principio porque la cúster que suelo tomar, siempre atiborrada de gente y que por lo consiguiente me tengo que “soplar” todo el trayecto parado, estaba prácticamente vacía. Extrañado por  la inusitada escena no dudé en subirme al vehículo. Me acomodé en uno de los asientos y cuando me disponía a leer –acostumbro hacerlo cuando las condiciones se dan, como en este caso-  siento que alguien me da una palmadita por detrás mencionando mi apellido en forma de interrogante. “¿Carrión? Hola promoción, soy Gabriel, tu compañero en el Guadalupe”. Aunque me alegró verlo, no pude evitar sentir esa sensación de cierto fastidio que experimento cada vez que alguien –quien fuese- me interrumpe cuando estoy leyendo.

Cómo has cambiado, fue lo primero que me dijo ya habiéndose sentado a mi lado. Esbocé una disforzada sonrisa sospechando que se refería sobre todo a mi peso (aunque no lo crean, yo era más flaco que Felpudini) y comenzamos a charlar. Cuando aquella conversación ya me estaba aburriendo –pues la política era la cuestión central-, tocamos un tema que, no importa lo extenuado que esté, siempre me atrapa y me cuesta no involucrarme: el fútbol. Empezamos a hablar -o a rajar, depende de cómo lo tomen- de la lista preliminar de Markarián para disputar la Copa América. Que este sí, que este no. En fin, cada uno daba su punto de vista y en casi ninguna coincidimos. 

Me sorprendió lo informado que estaba mi ‘promo’ del acontecer deportivo. Lo recuerdo como un muchacho absorbido por las matemáticas -curso que yo detestaba-, cuyo único placer era resolver esos enrevesados ejercicios que dejaba la profesora Sánchez. Pero ahora, veterinario de profesión, en toda la conversación no hablamos nada de raíces cuadradas, logaritmos, ni cosas parecidas. Lástima que cuando el diálogo estaba más interesante se tuvo que bajar. Luego de haber intercambiado números telefónicos, me encontraba nuevamente solo en el viaje y ahora sí a leer se ha dicho. Por lo menos eso era lo que yo esperaba.  

Al cabo de unos  minutos, se sentó un anciano a mi costado. Y sin mayores rodeos me preguntó por quién había votado en la segunda vuelta electoral. ¡Es que acaso no pueden hablar de otra cosa! Secamente le dije que por ninguno. Lejos de darse cuenta de lo incómodo que estaba, empezó a darme sus razones por las que votó por el ‘Capitán Carlos’. Lo que debería haber sido una charla, fue en realidad un monólogo de parte de mi ocasional acompañante. Me limité a escucharlo, por respeto, pero me bajé un par de paraderos antes pues ya me había cansado su perorata nacionalista. 

A continuación subí a la combi que me dejaría en casa -tomo dos carros diariamente- y resultó ser una discoteca ‘rodante’. Con el full reggaetón que sonaba estridentemente era imposible siquiera pensar en leer. Para variar, cuando el vehículo no había avanzado ni cinco cuadras, fue parado por un policía de tránsito. El cobrador al percatarse de ello, empezó a cobrarnos el pasaje y le dio lo recaudado al chofer que presurosamente se bajó para ‘arreglar con la autoridad’. Luego de recriminar a su cobrador y amenazarlo con descontarle lo desembolsado, el chofer volvió a poner en marcha la combi. 

Por fin en casa, mi esposa, solícita y abnegada como siempre, me estaba esperando. Charlamos un rato y cuando le mencioné que mañana no tenía clases, de pronto me dio un apasionado y prolongado beso. ¿La razón? Mañana es su cumpleaños y tendré -lo que me satisface hacerlo, desde luego- que llevarla a cenar. Además era una promesa que le había hecho y ahora tendré que cumplirla. Faltaba más. Se lo merece. Es una gran mujer. Sobre todo porque me permite terminar bien cada día, por más pesado que éste haya sido. Como el de ahora, como casi siempre. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario