domingo, 9 de diciembre de 2012

Deseos: La primavera y la aurora que tanto anhelamos



Un breve recuento sobre los doce títulos sudamericanos que logró nuestra selección de voleibol femenina de mayores y de cómo el cronista se aferra a la esperanza de experimentar, algún día, el júbilo por una nueva medalla de oro que no conseguimos desde 1993.

Cusco, 1993. Último punto del cuarto set. Al saque va Natalia Málaga, envía el balón hacia el área contraria, recepcionan las brasileñas, arman su ataque y cuando ya daban por seguro que anotarían un nuevo punto, esta vez no fueron unas manos morenas las que se elevaron, sino las blancas y largas manos de Gabriela Pérez del Solar para bloquear ese balón y devolverlo hacia el campo rival y concretar el punto número quince y darnos de esa manera nuestro título sudamericano número doce en la categoría mayores. Sí, Perú le ha ganado 3-1 al temible sexteto de Brasil (16-14, 5-15, 15-1 y 15-10). 

La hinchada que se dio cita al coliseo cusqueño y los millones de hinchas que siguieron ese encuentro desde sus hogares a través de la televisión, no cesaban de festejar la recuperación del trono sudamericano que dos años antes las brasileñas nos habían arrebatado. Ese equipo liderado por la gran ‘Gaby’, Natalia Málaga y la ‘China’ Rosa García, y que fueron bien secundadas por jóvenes promesas que recién asomaban como Janet Vasconzuelo, Miriam Gallardo y Sonia Ayaucán, entre otras, ilusionaron a la nación entera de que por fin nuestro país retomaría el sitial que tenía a nivel internacional en décadas pasadas en las que éramos los amos y señores de Sudamérica. 


Pues si bien es cierto que desde su primera edición, en 1951,  fueron las brasileñas las que dominaron esta competencia (campeonaron cinco veces de manera consecutiva en los años 1951, 1956, 1958, 1961 y 1962), en 1964 -ojo, bajo la batuta de un entrenador peruano: Guillermo Duffó- Perú daría la sorpresa al apoderarse de la medalla de oro del certamen (sí, hay que decirlo: Brasil no participó en ese torneo). 

Aquel campeonato peruano fue desdeñado por las brasileñas al argumentar que había sido conseguido sólo porque ellas habían estado ausentes. Nuestras compatriotas, que para ese entonces ya empezaban a erigirse como un plantel de temer, volvieron a ratificar su gran momento al lograr el bicampeonato tras derrotar en la final a las ‘garotas’ en el mismísimo Brasil en 1967. Como para que se queden calladas por algún tiempo, ¿no?

El todopoderoso Brasil ya tenía un rival de cuidado en esta parte del continente. Aunque en la siguiente edición recuperaron la corona, Perú se la volvió a arrebatar en el Sudamericano de Uruguay (1971) y no la soltaría hasta después de cuatro torneos más, pues también se alzó con el título en Colombia (1973), Paraguay (1975), Perú (1977) y en Argentina (1979). Eran épocas de gloria las que se vivían en ese entonces. 

Corría la década de los años ochenta -aquella en las que el descalabro económico, además del caos y el terror a causa del terrorismo eran pan de cada día - y el destino, paradójicamente, nos tenía reservada más letras doradas para escribir nuestra historia en este hermoso deporte. Luego de haber perdido en Brasil en la final ante las locales (1981), la bicolor volvió a ejercer su supremacía en esta parte del continente al llevarse la presea de oro en las cuatro siguientes ediciones: Brasil 1983, Venezuela 1985, Uruguay 1987 y Brasil 1989.  Dos años después, las auriverdes volverían a coronarse como las mejores de Sudamérica, hasta que su ‘bestia negra’, o sea Perú, le arrebató nuevamente el cetro en aquella final en el Cusco en 1993. Aquella victoria fue la última gran hazaña conseguida por nuestra selección de mayores. Nunca más, hasta la fecha, hemos podido ganar otro título sudamericano.

Han pasado ya nueve ediciones de este torneo desde que Perú se lo adjudicó por última vez (todas ellas ganadas por las brasileñas, desde luego) y todos nos preguntamos si algún día volveremos a vivir esas épocas gloriosas del voleibol peruano y si tendremos la dicha de volver a ver a nuestra selección celebrar un nuevo título sudamericano (si es más de uno mucho mejor) que mañana más tarde se lo podamos contar a nuestras futuras generaciones. Por ahora la empresa es más que complicada, pero bien dicen que la esperanza es lo último que se pierde. A pesar del pesimismo de la gran mayoría, en lo que a mí respecta me aferro a esa hermosa frase del novelista y poeta libanés Khalil Gibran: “En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente”. Paciencia, ya llegará nuestra primavera, ya contemplaremos nuestro amanecer. 


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